Todos hemos visto innumerables anuncios de academias o métodos que se promocionan con este reclamo, más o menos: “aprenda inglés –u otro idioma- en X meses”, y normalmente X quiere decir uno o tres. Como ya explicamos en una entrada anterior de este blog sobre los métodos milagro, abundan las academias que hacen falsas promesas a los estudiantes, así que es natural tener la mosca detrás de la oreja. Ahora bien, tiene su interés analizar si esa clase de aprendizaje exprés es posible. Hoy trataremos de averiguarlo:
Lo primero que debemos tener en cuenta es que no todos los idiomas requieren la misma inversión de tiempo para aprender a desenvolverse en ellos. En este enlace, del que hemos extraído la imagen que verás abajo, clasifican las diferentes lenguas según este parámetro. Aunque ha sido pensado para hablantes de inglés, los españoles nos topamos con dificultades similares a las suyas. ¿Qué conclusión podemos sacar de ello? Bueno, que podría parecer razonable que un método lingüístico prometiera rápidos avances en una lengua, pero no tan rápidos con otra: si ves un anuncio en el que te prometen aprender cualquier idioma en, por ejemplo, tres meses, puedes afirmar que se trata de un engaño, puesto que lo que es cierto para una lengua no será cierto para otra.
Un estudio bastante riguroso del Departamento de Estado de los EEUU estima que el español, el sueco o el francés pueden aprenderse con unas 600 horas de clase (23-24 semanas de estudio), como recoge esta noticia de La Vanguardia. Hagamos unos cálculos: quitando los fines de semana, un mes tiene 20 días aprovechables, más o menos; por tanto, en tres meses podrías estudiar 60 días. Conclusión: en efecto, es posible aprender un idioma en tres meses, siempre y cuando estés dispuesto a estudiar, como mínimo, ¡10 horas diarias! Salvo que no tengas nada que hacer en toda la jornada, o que tu capacidad de aprendizaje esté muy por encima de la media, parece muy improbable que lo logres. En caso de que desearas aprender un idioma como el mandarín, el japonés o el árabe (unas 2200 horas de estudio), literalmente no tendrías tiempo para hacerlo salvo que tus días durasen 40 horas.
¿Con qué otro problema nos encontramos? Con que no es fácil definir qué implica “aprender un idioma” y, salvo que se establezcan condiciones muy precisas, nos movemos en el ámbito de la subjetividad. Así pues, la primera pregunta que tendríamos que formularle a quien nos prometiera aprender una lengua sería: “¿qué nivel alcanzaré con su curso, y según qué baremo?”. Tengamos presente que el sistema de medición más ampliamente aceptado en Europa es el MCER (Marco Comun Europeo de Referencia para las Lenguas); en él se establecen claramente los niveles de dominio de la lengua que alcanza un estudiante y se especifican las destrezas que acompañan a cada uno. Si un método de estudio no va acompañado por una tabla de niveles de esta clase, nos arriesgamos a que nuestra idea de lo que supone “dominar un idioma” sea muy diferente a la de nuestro profesor o los responsables de la escuela. Y, por tanto, nos resultará difícil reclamar si no alcanzamos las metas previstas: al no haber una referencia clara, nos movemos en terreno pantanoso.
Por último, existen factores muy diversos que nos harán progresar con mayor o menos facilidad al aprender una nueva lengua. Algunos ejemplos: ¿el estudiante ya había estudiado otros idiomas anterioremente? ¿Ha vivido en un entorno bilingüe que le facilite la adquisición de nuevas destrezas lingüísticas? ¿Es disciplinado en sus estudios? ¿Trabaja por su cuenta en casa sobre lo aprendido? ¿Entabla conversaciones con extranjeros para avanzar por su cuenta? ¿Tiene buena memoria o especial facilidad para aprender nuevas estructuras gramaticales y vocabulario? En fin, cada estudiante es un mundo, y no solo cada uno parte de un nivel diferente (salvo quienes no saben nada en absoluto), sino que su entorno, experiencia vital, sus dones naturales, etc., condicionarán fuertemente su aprendizaje. Esto puede parecer algo obvio, de perogrullo, pero a veces no tenemos en cuenta estas variables y tendemos a pensar cosas como: “si fulanito ha aprendido francés en seis meses, ¿por qué no voy a hacerlo yo?”. Y tal vez olvidemos que fulanito ya manejaba tres idiomas con soltura, que viaja al extranjero con frecuencia y además tiene un don natural para aprender vocabulario nuevo. Tal vez nosotros nuestro caso no sea el mismo, y terminaremos frustrados por proponernos metas imposibles.
¿Queremos decir con esto que no puede aprenderse un idioma en poco tiempo? Por supuesto que no, y hay gente que lo logra. Pero suelen ser excepciones que lo consiguen solo en condiciones muy determinadas. Para el común de los mortales, hacerlo en tres meses –no digamos en uno- rara vez es factible, como hemos explicado a lo largo de este artículo.
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