Es casi un lugar común reírse de los traductores automáticos. Ahí tenemos al más célebre, el de Google, cuyos errores suelen provocar reacciones de hilaridad, como quien escucha a un niño pequeño equivocándose de forma divertida al pronunciar una frase. Sin embargo, quienes se hayan fijado en cómo ha evolucionado la tecnología en los últimos años se darán cuenta de que cada vez es más fiable y traduce frases complejas con envidiable precisión.
El último invento, denominado Pilot, es un traductor cuyo aspecto se parece mucho al de los auriculares que siempre hemos usado para escuchar música, solo que en este caso lo que hace es traducir varios idiomas casi simultáneamente. En esta noticia de El País explican muy bien su funcionamiento. Desde luego, promete ser un gran invento, incluso tal vez revolucionario, pero por ahora no es perfecto y, como mínimo, en los próximos años seguirás dependiendo de tus capacidades lingüísticas.
¿Cómo afectará la tecnología a la forma en que aprenderemos inglés u otros idiomas en el futuro? Para imaginarlo, hagamos un paralelismo mediante los correctores de ortografía en español: Word y WhatsApp, por tomar dos ejemplos muy conocidos, son programas o apps que disponen de ese servicio, que ayuda a quienes escriben con cierta inseguridad –o lo hacen muy rápido- a que no se les cuelen faltas y erratas en sus textos. Sin duda, han sido de gran ayuda en múltiples ocasiones y nos han librado de pasar vergüenza por un error tonto, pero… ¿podemos decir que gracias a ello nos hemos librado de aprender ortografía? La respuesta es un no rotundo. Lo mismo se aplica también a áreas como las matemáticas: tenemos calculadoras, programas que resuelven problemas de enorme complejidad, etc., pero seguimos aprendiendo álgebra, cálculo y otras materias en el colegio. La razón es simple, y en buena medida se reduce a que siempre somos capaces de aplicar mejor unos conocimientos cuando sabemos por nosotros mismos cómo se articulan y funcionan. Y a que no siempre tenemos máquinas a mano para que hagan el trabajo sucio.
Salvo que en el futuro estemos realmente conectados a las máquinas y estas formen parte de nuestro cuerpo, por ahora no dejan de ser adminículos de gran utilidad en ciertas circunstancias, pero que no llegan a suplir nuestras carencias. Pero supongamos por un momento que sí lo hacen: ¿podríamos dejar de estudiar idiomas gracias a ello? Es difícil de saber, aunque la respuesta más lógica es que esta clase de hardware nos ayudará en las interacciones básicas, pero no cuando tengamos que ser sutiles, expresarnos mediante dobles sentidos, ironías, etc. En estos casos la ‘aportación humana’ seguirá, al menos por el momento, siendo fundamental.
Tengamos en cuenta que aprender un idioma no es algo que se limite a conocer una serie de frases que se traducen automáticamente, de forma fría y mecánica: sin un conocimiento -aunque sea superficial- de la cultura de sus hablantes, su humor, sus juegos de palabras, etc., la comunicación se puede volver algo envarado y sin alma. La desenvoltura solo se logra profundizando en la forma en que nuestro interlocutor interactúa con nosotros mediante el lenguaje, empatizando con su forma de hablar y de ver el mundo. Por ahora, resulta complicado pensar en un mundo en el que las máquinas hagan ese trabajo.
A fin de cuentas, como bien explican en este artículo de The Guardian: “la tecnología no se desarrolla para sustituir al traductor humano, sino para agilizar su trabajo […] es una herramienta que ayuda a lidiar con los escasos recursos con que cuentan, haciendo más rápido su trabajo y permitiendo que se centren en lo esencial”. El texto entero, en inglés, no tiene desperdicio.
Por ahora, te recomendamos que, si quieres aprender inglés, francés o alemán a la perfección y desenvolverte en conversaciones reales, lo hagas gracias a los cursos de International House Madrid: hasta el momento, nuestro método comunicativo no ha sido superado por máquina alguna. ¡Ven y compruébalo!