En la anterior entrada de este blog analizamos las funestas consecuencias de cometer fallos ortográficos. Hoy, sin embargo, nos centraremos en las discrepancias que existen con la institución encargada de velar por la corrección en el lenguaje, es decir, la RAE.
Si a menudo se ha destacado esa tendencia –que se considera muy española, quizás con ciertos prejuicios- de nuestros conciudadanos a opinar sobre cualquier tema con una ligereza digna de tertuliano de Tele 5, en el ámbito de la ortografía no íbamos a ser menos; lanzar dardos envenenados contra la RAE es casi deporte nacional estos días, y todo hijo de vecino tiene un punto de vista sobre el asunto digno del filólogo más curtido. Por suerte para ella, la Academia de la Lengua no consta en la lista de instituciones que cada año los españoles valoran positiva o negativamente –Corona, políticos, Iglesia, etc.-, porque sospechamos que, de ser así, no iba a irse precisamente de rositas. Y nosotros, para equilibrar la balanza y sin ánimo de hacer de abogados del diablo, trataremos de ser un poco ecuánimes con su labor y no nos uniremos al linchamiento colectivo. Es imposible consignar aquí las múltiples discrepancias con la R.A.E. que se han producido en los últimos años, así que recogeremos las que más polvadera han levantado y dejamos para más adelante analizar en profundidad alguna de ellas:
Las almóndigas y las cocretas
Por supuesto, es difícil olvidarse de las “cocretas” y las “almóndigas” que provocaron una indigestión masiva en los ortógrafos de estómago sensible; para quienes no estén al tanto, aclaramos que la polémica la sirvió la decisión de la Academia de admitir en su diccionario formas poco ortodoxas pero más o menos extendidas de escribir las palabras ‘croqueta’ y ‘albóndiga’, entre otras. El argumento de los responsables de incluir dichos términos es que, sean o no cultos, la RAE debe recoger las palabras en uso, y que su naturaleza coloquial no las hace menor dignas de figurar en él. Como no podemos extendernos demasiado sobre el particular, recomendamos la lectura de este fantástico artículo de la revista Jot Down, en el que se analiza el asunto sin caer en la indignación barata ni tampoco en la justificación populista.
Y hacemos notar que no deja de ser irónico que, mientras algunos acusan a la Academia de elitismo y desconexión con la realidad, otros -como se aprecia en la imagen que reproducimos a continuación- la tachen precisamente de lo contrario. Vamos, que los palos le llueven por arriba y por abajo…
Ay, la tilde en ‘solo’, que me la robaaaron…
Pese a que muchos otros cambios ortográficos han sido de mayor envergadura, el consejo que hace apenas dos años dio la RAE para suprimir la tilde en la palabra ‘sólo’ o en los pronombres demostrativos (‘éste’, por ejemplo) provocó airadas quejas no sólo en las redes sociales, sino de buena parte de los escritores e intelectuales españoles. Aquí se puede encontrar la explicación oficial de la Academia sobre los motivos de su cruzada contra las tildes.
Hace tres años, Javier Marías escribió un agudo artículo sobre ésta y otras decisiones ortográficas, en el que, por ejemplo, aludía a la ambigüedad de frases como ‘estaré solo mañana’ si se las priva del acento; en estos casos, la RAE recomienda valerse del contexto para resolverla, o bien sustituir ‘solo’ por ‘solamente’ -aunque es conocida la alergia de muchos escritores a los adverbios terminados en -mente, así que no acaba de convencernos la solución ofrecida.
En la Academia también nos recuerdan que se trataba de consejos o recomendaciones, pero no de reglas, por lo que es tan correcto ceñirse a la tilde de ‘sólo’ como omitirla. Y, dado que el tiempo es el que al final dirime estas batallas, todo dependerá en última instancia de qué uso se consolide durante los próximos años. En este artículo de El Mundo señalan que, por ahora, es la RAE la que parece haber capitulado.
Sexismo, racismo y otros ismos del montón
Aunque en ciertos ámbitos esta sea una opinión algo impopular, no podemos estar de acuerdo con quienes confunden el papel que juega la RAE, estimando que ésta debe atender a los dictados de la corrección política o mostrar sensibilidad ante ciertos temas espinosos. Lo que se olvida a menudo es que la Academia se limita a registrar el uso que se hace de un determinado vocablo, y no a juzgar si dicho uso es apropiado o no, o si hiere alguna sensibilidad. Así, hace poco comprobábamos cómo la definición de la palabra “autista” provocaba cierto enfado en algunos colectivos por recoger un uso coloquial bastante entendido de ella, y olvidando que ese diccionario no es una obra médica especializada. Y si, por ejemplo, a alguien se le ocurre buscar en Google “rae sexista”, obtiene nada menos que 53.000 resultados; estas protestas no han caído en saco roto, pues la Academia ha modificado o suprimido algunas de sus entradas a raíz de las peticiones, como explica este artículo de El País.
La mayoría de estas acusaciones obvian que un diccionario debe recoger no sólo los términos vigentes en la actualidad, sino que también ha de servir como instrumento para, por ejemplo, consultar una palabra que figure en una novela antigua; si en ésta se usaba, por ejemplo, “judío” o “negro” como término peyorativo, o si la virilidad se define en positivo, mientras que la feminidad se asocia a debilidad. La clave del asunto está en a menudo en las aclaraciones que suelen acompañar a ese tipo de entradas: por ejemplo, «desusado» (desus.) o «usado como vulgar» (U. c. vulg.), que indican a quien las consulta la naturaleza de dichas palabras. En ocasiones es la propia institución la culpable de la confusión, por no haberlo indicado en casos que lo requerían, y en otros es de quien hace la consulta, por desconocer o hacer caso omiso de tan importantes aclaraciones.
Algunas autoridades uruguayas, por ejemplo, solicitaron a la R.A.E. que eliminara del diccionario la entrada correspondiente a “trabajar como un negro”, olvidando que el uso de dicha expresión –políticamente correcta o no- está extendido y que, por tanto, está fuera de sus competencias excluirla. Su función puede ser educar en el uso de la lengua, pero no en el de la moral, que es algo que está en manos de los hablantes del español, y depende de qué palabras o expresiones decidan usar éstos y con qué objeto lo hagan.
¿Qué es eso de internet y las tablets?
Resulta gracioso comprobar que, por ejemplo, la palabra sms acaba de ser aceptada por la institución, ¡pese a que casi nadie usa ya los antiguos mensajes de texto, sino el WhatsApp! Pelín lentos de reflejos, ¿no? De hecho, aunque la palabra ‘internet’ ya figuraba en su diccionario en línea, no ha sido recogida en la versión en papel hasta este mismo año (y no es el único caso).
El problema es, en esencia, la pequeña cantidad de actualizaciones del diccionario físico respecto al virtual. Muchos problemas se solucionarían con recurrir al diccionario adecuado mediante internet; la propia edición del diccionario de la RAE o la Fundación del Español Urgente (Fundéu), especializada en términos teconológicos o recientemente acuñados (ya hablamos de ella y otras webs similares aquí) pueden servir para ello. Hay que tener en cuenta que, dados los costes de impresión, la edición en papel del diccionario de la RAE sólo se actualiza cada varios años, por lo que las nuevas palabras asociadas al ámbito tecnológico aparecen antes en su página web que en él.
Pese a los muy comentadas desavenencias de la venerable Academia con internet y las nuevas tecnologías, hay que señalar que hace apenas un año renovó su diccionario en línea e introdujo nuevas opciones de búsqueda; por ejemplo, consultar la evolución histórica de un término o acceder a sus guías de gramática u ortografía. De nuevo, en Jot Down hacen un buen repaso de estos interesantes cambios, que tal vez permitan a alguno reconciliarse parcialmente con la institución.
En conclusión
Motivos no faltan a veces –para que se levanten ampollas-, hemos de reconocerlo. Algunas decisiones de la ilustre Academia han sido más bien polémicas, y en ocasiones desacertadas o a destiempo. Sin embargo, más allá de las discrepancias que uno pueda tener con su modus operandi, no debemos olvidar que responde a unos planteamientos lógicos.
Por último, algo que podría achacársele a la RAE es, quizás, una ineficiente campaña de comunicación. Aunque en los últimos años su presencia digital es mayor, no puede decirse que su relación con internet haya sido, hasta ahora, idílica, y en un medio en el que prima a menudo la velocidad sobre la calidad, un ente de las características de la RAE no es el que de mayor capacidad de reacción o margen de maniobra dispone. Y debemos tener en cuenta que es imposible poner de acuerdo a millones de hablantes de una misma lengua sobre cómo es correcto utilizarla, por lo que la Academia se encuentra a veces en una tesitura similar a la de arbitrar un partido de fútbol disputado entre infinidad de equipos, cada uno de ellos convencido de tener la última palabra sobre cada disputa o sanción.
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