Ahora que todas las guías turísticas repiten como un mantra la coletilla 'con encanto', es fácil que, por mera saturación, se pasen por alto algunos sitios que realmente se han hecho acreedores de ese elogio. Y pocos a nuestros ojos lo merecen tanto como el Parque de El Capricho, situado en la Alameda de Osuna. Es un parque lo bastante grande (14 hectáreas, frente a las 20 del Campo del Moro, por ejemplo) como para no agotarse en un mero paseo, pero a la vez tan intrincado y lleno de detalles como el más primoroso de los jardines. Rezuma recogimiento y misterio, una sugerente sensación de intimidad que no inspira la mayoría de parques. Aunque la comparación pueda parecer exagerada, El Capricho juega en la misma liga que, por ejemplo, los Jardines del Generalife de Granada (aunque sin Alhambra, claro está).
Recuerda mucho por su aspecto y atmósfera recogida a los parques franceses, algo que cobra sentido si tenemos en cuenta que fue construido por un arquitecto de la corte francesa, al que le debemos el único parque de estilo romántico que existe en Madrid. Hemos de decir que el nombre le hace mucha justicia, porque todo en él hace pensar en puros antojos, virguerías florales, pasatiempos de lujo y, en general, un espacio concebido para lo aristocrático y encopetado. Los caprichos, por cierto, eran los de la Duquesa de Osuna, una de las grandes aristócratas y mecenas de la época (Goya se encontraba entre sus amistades, por ejemplo), quien compró este, ejem, humilde terrenito en 1787, aunque los jardines no se terminaron de construir hasta 1839 -por lo que la pobre duquesa no vivió lo suficiente como para verlos acabados.
Tras su muerte, los jardines permanecieron durante algunos años en manos del nieto de la duquesa, pero en 1844 el parque acabó en manos de su hermano, Mariano Téllez Girón. Él fue el último duque de Osuna, un bon vivant que se entregó al derroche y los placeres de la vida con la alegría de un magnate marbellí, y cuyos desafueros y extravagancias propiciaron la ruina familiar, motivo por el que acabó sacando a subasta a la niña de sus ojos -el propio parque- en 1882.
Hasta entonces estuvo en manos de la familia Baüer, quienes, pese a conservarlo razonablemente bien, se desprendieron de algunos de los tesoros del parque, y no se puso fin a esta situación hasta que en 1974 el Ayuntamiento compró de nuevo el parque y en 1980 fue declarado Bien de Interés Cultural. Por fortuna, los jardines lucen un aspecto envidiable y la mayoría de sus rasgos de identidad -a juzgar por fotos antiguas y descripciones históricas- siguen intactos.
En el Capricho se celebraban bailes y conciertos, batallas navales simuladas en el estanque, fuegos artificiales, y los aristócratas gozaban de columpios, atracciones (casi ninguno de ellos se conserva a día de hoy) e ingeniosos juegos al aire libre que, aunque ahora parezcan rudimentarios, en su momento eran bastante innovadores. En definitiva, disponían de todos los recursos que alguien de su estatus social podía permitirse en la época, sin reparar en gastos. Entre ellos están incluidos algunos caprichos tan inusuales o exóticos como un embarcadero de bambú decorado con motivos orientales y un abejadero, que es un edificio concebido únicamente para deleitarse con la actividad de estos insectos.
Antes hablábamos del punto misterioso del parque, y no es un calificativo gratuito: algunos de sus elementos arquitectónicos y decorativos están inspirados por la magia o la alquimia, hecho que se entiende al saber que los duques eran masones. Por ejemplo, el Templete de Baco, la exedra (la puedes ver en la siguiente foto) o la llamada Casa de la Bruja, que es una vivienda de campesinos en cuyo interior diversas figuras de autómatas representaban las figuras familiares, aunque en la actualidad ya no se conservan.
Podemos definir uno de los pequeños inconvenientes de El Capricho como “mírame, pero no me toques”; es decir, bastantes áreas del parque provocan una ligera frustración en el visitante, que se ve obligado a contemplarlas sin acercarse más de lo debido o poder acceder a ellas. Véanse, por ejemplo, los bunkers que en él se construyeron durante la Guerra Civil, el encantador puente que atraviesa el estanque o el casino y el palacete, dos edificios que todavía no están abiertos al público. Por supuesto, muchas de estas medidas son perfectamente comprensibles y tienen la función de preservar el parque en el mejor estado posible; por ejemplo, el número de visitantes es limitado, por lo que tal vez te toque esperar una cola para entrar en el siguiente turno.
También me sentí como un niño al que arrebatan su piruleta cuando comprobé que el espléndido laberinto de setos del parque no está abierto a los visitantes. Es fácil reparar en la espesa capa de verdín que cubre el suelo, y que hace pensar que lleva ya bastante tiempo siendo así. Dejando de lado estos nimios reproches, tumbarse en la hierba de cualquiera de las lomas del parque, descasar en alguno de los bancos de madera o apoltronarse junto al estanque son experiencias que compensan con creces estas pequeñas decepciones.
Aviso para los visitantes: en el parque no está permitido introducir comida o latas de refrescos –sí dejan pasar con botellines de agua-, así que es recomendable llegar con el estómago lleno, o bien zampar sobre alguno de los espacios con hierba que se encuentran a la entrada del parque. También hay que estar atento a los horarios, porque no cierra muy tarde precisamente, y solo está abierto sábados, domingos y festivos.
Confiamos en que este texto os haya despertado las ganas de visitar El Capricho, que, por cierto, está perfectamente señalizado, lleno de carteles que explican con gran detalle los pormenores de su construcción e historia, y además dispone de visitas guiadas. Aunque la mayoría coincide en señalar la primavera como la mejor época del año para visitarlo, algunas de estas fotos, tomadas en invierno y con nieve, demuestran que no conviene perdérselo en otras fechas. Recomendamos a quienes estén interesados en la historia del parque leer esta completa entrada, y a que consultéis los horarios completos y forma de llegar al parque en la web del ayuntamiento.
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